Mi primer contacto con el coaching no fue premeditado.
Fue, simplemente, por casualidad.
Después de emprender y crecer como un caballo desbocado, empecé a notar que algo no funcionaba. Durante mucho tiempo sentí que hacía muchas cosas bien, pero que algo no acababa de encajar. No era feliz.
Había una sensación constante de ingratitud, de que nunca era suficiente. La vida que llevaba no me satisfacía y, además, tenía la sensación de que mi entorno no me entendía.
Meses después entendí qué era lo que tenía que cambiar:
el observador.
Llegué al coaching buscando respuestas y lo que encontré fue orden.
El coaching apareció en un momento así.
No como una solución, sino como una pregunta.
Y eso lo cambió todo.
El primer aprendizaje: nadie puede vivir la vida por ti
No pretendas hacer las cosas para los demás.
Hazlas por ti mismo.
Lo primero que aprendí fue que, quizá, no lo estaba haciendo tan mal. Que a nivel empresarial tomar decisiones es complejo, que equivocarse forma parte del camino, y que la espalda se ensancha precisamente decidiendo.
Entendí que quien decide se equivoca, pero que no todo tiene la trascendencia que creemos. Que muchas cosas hay que aprender a relativizarlas.
Ahí comprendí algo clave:
el coaching no es una herramienta para gestionar empresas.
Es una herramienta para gestionar cómo sientes, cómo actúas y cómo transitas la vida.
De herramienta a forma de estar
Lo primero que el coaching me desmontó fue descubrir que no iba de consejos.
Ni de decirte qué hacer.
Ni de marcarte el camino.
Iba de algo mucho más incómodo y, a la vez, más honesto:
hacerte responsable de tus propias decisiones.
Aprendí que muchas veces no se trata de tener toda la información, sino de hacerse las preguntas adecuadas.
Preguntas que incomodan, que obligan a parar y que provocan ese click interno a partir del cual ya no puedes seguir mirando hacia otro lado.
El coaching no es naïf.
No es contemplación ni introspección estéril.
El coaching es acción.
Acción consciente, sostenida y alineada con lo que decides hacerte cargo.
El coaching como forma de relacionarte contigo y con los demás
El coaching no te empuja.
No te rescata.
No decide por ti.
Te deja solo contigo mismo…
y te acompaña para que no mires hacia otro lado.
En el camino aprendí a:
- escuchar sin preparar la respuesta,
- preguntar sin dirigir,
- acompañar sin rescatar,
- y decidir sin traicionarme.
Ahí dejó de ser una técnica.
Y pasó a ser una forma de estar en el mundo.
Una manera de relacionarme conmigo y con los demás desde más conciencia y menos ruido.
El coaching como elemento transformador
Es difícil explicar su impacto sin caer en tópicos. No voy a hablar de paz interior, ni de felicidad, ni de convertirte en mejor persona.
El coaching no promete nada de eso.
No elimina conflictos.
Y, a veces, ni siquiera es cómodo.
Pero sí hace algo fundamental:
pone consciencia en las situaciones incómodas
y te obliga a responsabilizarte de tus decisiones
en coherencia con lo que sientes.
“Manolo, si no sabes torear, ¿para qué te metes?”
Hace años esta frase sonaba en la radio y todavía hoy me acompaña en cada situación compleja que tengo que afrontar.
Soy pragmático. Poco espiritual, al menos en las formas, aunque algunos que me conocen bien dicen que lo soy más de lo que proyecto.
Si la batalla que vas a librar no merece la pena,
si el “gain” no compensa el gasto de energía,
¿para qué te metes?
El coaching también va de esto: de elegir bien tus batallas.
El gran aprendizaje
Antes de analizar la situación en la que estás, pon el foco en qué quieres lograr.
Si eso que quieres es suficientemente poderoso, entonces sí:
analiza dónde estás, explora las opciones y traza un camino consciente.
Sin pasos milagrosos.
Sin atajos.
Quizá no muy grandes, pero firmes y coherentes.
Cuando el coaching deja de ser una herramienta
El coaching no te hace mejor persona.
No te promete felicidad.
No elimina los conflictos.
Pero te ayuda a vivir con más conciencia,
a decidir con más honestidad
y a hacerte cargo de tu propia vida.
Y cuando eso ocurre,
deja de ser una herramienta
y se convierte en una forma de vivir.